martes, 13 de noviembre de 2012

La orfandad, de Sylvia Iparraguirre (2010)



«Viajaba junto a la ventanilla abierta, esposado. Ráfagas de cardales color púrpura corrían junto al terraplén; al fondo, el horizonte se movía en una lenta curva hacia adelante. El aire caliente le daba en la cara y él entrecerraba los ojos sin poder apartarlos de los matorrales de pastos altos y amarillos, de las manchas oscuras de los montes, lejos. Bajo el sol de diciembre, el campo, que nunca antes había visto, le provocaba asombro; el estupor de que en esa inmensidad su padre no hubiera logrado, después de años de espera, una parcela. También era cierto que el viejo había sido siempre orgulloso y terco. Su padre, campesino, alentado por las promesas de los folletos oficiales repartidos en la Liguria, había terminado en una curtiembre y, años después, enfermo, en una casa de Barracas saturada del humo del brasero que su madre mantenía encendido. Recordó la puerta abierta y en el marco el oficial de justicia mostrando el despido. Sin saber cómo, a los catorce años, se encontró embistiéndolo a ciegas; su madre lo sujetó como pudo, mientras el otro gritaba en la calle: “A ver si les aplico la ley de residencia, gringos anarquistas”, y levantaba el sombrero del barro. Algo encendido en su interior, algo escondido que traía en la sangre había estallado aquel día, tan temprano en su vida; una fuerza oculta y quizás, pensaba ahora, malsana.»

Iparraguirre, Sylvia, La orfandad. Buenos Aires: Alfaguara, 2010.

Anarchia, Mario Vando (Severino Di Giovanni), 1930



¡ACCIÓN…!

Si un lema debemos grabar en nuestra roja bandera de rebelión; si una exclamación de rabia y de instigación debemos bramar a través de todos los espacios; si una frase debemos percutir sonoramente sobre el yunque de la más férrea realidad, esa debe ser únicamente, en este momento sombrío:
¡Acción…!
Y estamos en buena hora.
La marea alta de la reacción internacional no hace otra cosa que subir vertiginosamente. Amenaza con arrollar irremisiblemente todas nuestras defensas.
Ella, la reacción negra y sanguinaria, cínica y homicida, sádica y obscena, se ha encaminado a gran carrera con las perspectivas de nuestras metas para aterrar, aniquilar, matar todo brote de resurrección.
Alrededor nuestro no hay otra cosa que brillar de bayonetas, fogonazos y detonaciones de fusiles, cárceles abiertas de par en par para recibirnos y enterrarnos vivos, patíbulos levantados para estrangularnos, el terror diseminado por todos lados, matanzas cometidas hasta en el rincón más remoto, violaciones al derecho humano escupidas en la cara de todos, en fin, la destrucción más terrible nos circunda y nos oprimiendo.
Estas líneas no son producto de una perturbación o borrachera. No representan una alteración de los acontecimientos; no, solamente representan lo que estamos constatando desde hace un tiempo y que no tendrá fin sino cuando nos lancemos de cabeza contra todas las murallas del despotismo.
Agitar el espíritu humano, rebelarse en esta hora oscura, vengar a los caídos bajo el peso de la barbarie y de la prepotencia burguesa, deben ser los deberes constantes de cada revolucionario, hoy, mañana, siempre.
¡Tenemos en nuestro poder mil armas mucho más potentes que aquellas adoptadas por el espíritu estatal; armas que nos pone en las manos la química y la inteligencia individual; sólo debemos premunirnos de la más sutil circunspección, de toda la suma de precauciones, desconfiar aún de nuestra madre antes y después de haber obrado.
Podemos –si queremos- triturar la prepotencia de ellos bajo la poderosa maza de nuestra santa ira, aplastarla y arrollarla con el alud de nuestra rebelión.
¡Todo es bueno hoy en día!
Martillemos furiosamente todas las paredes de la opresión. Grabemos con nuestras armas vindicadoras de ¡Acción! En todas las murallas de la defensa estatal.
Formemos y entretejamos en nuestra sangre y en nuestras fibras la nueva conciencia rebelde que deberá hacer resurgir nuestra vilipendiada y estúpida dignidad.
Elevemos con todas las fuerzas de nuestros seres la llama de la fe, la luz del ideal la virtud revolucionaria que han sido siempre las mejores esperanzas de nuestro movimiento.
¡Y a accionar…!
¡Para vindicar a todos los caídos, para liberar a los amenazados por la rabia de todas las reacciones….!
Tengamos siempre presente que los caídos, los mártires, los héroes, la idea, sólo se honran con esta palabra: ¡ACCIÓN…!

Mario Vando (Severino Di Giovanni, Anarchia, 1930, N° 12).

Foto: Severino Di Giovanni, foto de prontuario (junio de 1925) después de la detención en el Teatro Colón.

martes, 6 de noviembre de 2012

Venecia, de Silvia Barei



Venecia

Ahora el hombre aguarda.
Sabe que no tengo razones para volver.
Trepo a su barca con el alma en un puño
y el agua destella en los tonos sombríos
de mi ropa de todos los días.
¿A dónde vamos?

Del otro lado aúllan los lobos
y nadie sabrá que he muerto así
de arrinconada muerte.

Lejos de aquí.
Del lugar de todos los sueños.



Venezia

Ora l’uomo aspetta.
Sa che non ho ragioni per tornare.
M’arrampico sulla sua barca con il cuore in un pugno
e l’acqua luccica nei toni cupi
dei miei vestiti di tutti i giorni.
Dove andiamo?

Dall’altra parte ululano i lupi
e nessuno saprà che sono morto così
di morte emarginata.

Lontano da qui.
Dal luogo di tutti i sogni.


Silvia Barei. Traduzione di David Baiocchi.

Andruetto, María Teresa – Baldovín, Glauce – Barei, Silvia – Smania, Estela – Zecchin, Gigliola, Poetesse d’Argentina. Antologia poetica. Introduzione di Antonio Melis. Napoli: Casa Editrice Tullio Pironti Editore, 2006.

jueves, 1 de noviembre de 2012

Nostalgia, de José Pedroni (1956)



«Del gran valle del Po
salían en hileras.
A Santa Fe de oro
llegaban por la siega.

Junto a la casa sola
pasa la gente nueva;
junto a mujer y hombre
cercados por la tierra.

Él es el que la mira
y la que canta es ella.
Todos los años canta
su canción pasajera.

“Abramos las ventanas.
Ya vienen los ‘linyeras’.
Por los caminos vienen
a la trilla y la quema.

Estoy en la ventana.
Deténgase quienquiera.
Pídame pan, y coma;
pídame casa, y duerma”.

Él es el que la mira
y la que canta es ella,
una canción guardada
con carta y con pollera:

“Abramos las ventanas.
Ya vienen los ‘linyeras’.
Nuestra casa en la noche
sea como una estrella.

Veinte años con el trigo;
veinte sin río y piedra.
Soy del Po y estoy triste.
¡Cuánto me dueles, tierra!”

Él no le dice nada.
Él la mira en su pena.
Él la deja que cante
su canción pasajera.»

Pedroni, José, «Nostalgia» en Monsieur Jaquín. Santa Fe: Edic. El Litoral, 1956.

Invasión gringa, de José Pedroni (1956)





«[…]
Un niño que pregunta
cuándo vuelven los barcos.
Una mano de madre que detiene
la pregunta en los labios.
Un hombre con los ojos
clavados en el campo.
Una mujer que escribe
—Ya llegamos.
Hay árboles enormes;
muchos pájaros;
una cruz en el cielo, luminosa;
un río amargo…

5
Su lengua era difícil.
Sus nombres eran raros.
Los gauchos se murieron
sin poder pronunciarlos.
Bérlincourt se llamaban,
que es un hilo enredado.
Zíngerling se llamaban:
campanita sonando.
Zimmermann: un dibujo
del mar atravesado.
(Más atrás ya venían
los nombres italianos,
Boncompagni adelante:
el vino derramado.)   

6
Una mujer que escribe:
—Nos casamos.
La tierra es nuestra ¡nuestra!
Todo lo que tocamos
va siendo nuestro:
el buey, el horno, el rancho…
Nuestro todos los árboles;
nuestro un único árbol,
tan grande, tan coposo,
que da gusto mirarlo.
Es una nube verde
asentada en el campo.

7
Y como todo vuelve
—flor, golondrina, barco…—,
Un día serenísimo volvieron
los cantos ahuyentados;
volvieron uno a uno,
como pájaros.
Iban de boca en boca
los pájaros cantando;
de la boca del mozo,
orilla del Salado,
a la boca del hombre
que derribaba el árbol;
de la boca del hombre
derribando,
a la boca del ama que tejía
con los ojos cerrados.

Del lado “de la tierra”
la música y el canto.
Del lado de Esperanza
el trigal avanzando.»

Pedroni, José, «La invasión gringa» en Monsieur Jaquín. Santa Fe: Edic. El Litoral, 1956.