miércoles, 22 de enero de 2014

Alijerandro, de Leopoldo Marechal



«DIRECTOR.- ¡Qué bestia fabulosa! Dígame, señor: ¡para qué lo mandamos al puerto?
ALIJERANDRO.- Mi oficio es reportear a los inmigrantes.
DIRECTOR.- Ajá. Y un inmigrante, ¿qué cosa es?
ALIJERANDRO.- Es un mortal que desafía las leyes del movimiento.
DIRECTOR.- ¡Estamos locos! No, señor. Ante los ojos del Lector Standard, un inmigrante, puesto en la cubierta de un buque negro, es algo que también echa sangre. Algo lleno de roturas, como la mujer degollada en el Lavadero.
ALIJERANDRO.- ¡Ya lo sé!
DIRECTOR.- Y entonces, ¿a qué vienen esas “plumas del ansia” y esos “alones borrachos del futuro” que tanto abundan en sus crónicas del puerto? ¡Alones! ¡Ja!
ALIJERANDRO.- Le diré. Un inmigrante, al fin y al cabo, es una golondrina, ¿sabe? La golondrina recién llegada está rota de cansancio, y no es difícil que llore. ¿Y sabe por qué llora? Porque dejó, al otro lado del mar, una primavera muerta, un nido vacío y tres pichones libres. Pero llora con el ojo derecho y ríe con el izquierdo, ¿a qué no saben por qué? Porque al llegar, y pese a su fatiga, ve delante suyo la cara de otra primavera. Señor, ¿quiere que le diga una cosa? La golondrina es el único animal que puede tener dos primaveras, dos nidos y dos polladas en un solo año. Y todo eso, ¿gracias a qué? A la potencia de volar.»


Marechal, Leopoldo, Alijerandro. Madrid: Del Centro Editores, 2012. Edic. crítica de Javier de Navascués.

martes, 21 de enero de 2014

Argentina, de Renata Mambelli (2009)




«Scese dal treno e affannate per strada sconosciute, sono arrivate al porto seguendo l’odore di salsedine e i passi degli altri. Tanta gente, così tanta. Valigie, cappelli, cesti, fagotti, bambini in collo: un corteo grigio e nero, macchiato dei vestiti a colori di qualche ragazza. Come una processione che scende verso il basso, verso il porto.
E qui, legata al molo come fosse sul punto di volare via, hanno trovato la nave.
Alta come una Chiesa, profonda di cunicoli infiniti, scalette, corridoi, tremante di un brivido continuo, un battere di cuore accelerato, ritmato dal rumore delle macchine.
Rumore, certo, chi avrebbe pensato che una nave fa rumore? Immaginavo qualche cosa di leggero, imparentato col vento, l’aria, il cielo, il silenzio. E invece no: la nave puzza, è nera, pesante e rumorosa, sa di ferro, di carbone, di olio e corde, risuona di passi e di grida e, soprattutto, trema in continuazione, come se fosse lei ad avere paura.
Quel tremito le sale lungo le gambe, le arriva al petto, e Assunta ora si chiede: cosa sono venuta a fare? Dove sto andando? Perché?»


Mambelli, Renata, Argentina. Firenze: Giunti, 2009.