miércoles, 21 de diciembre de 2016

Italia en el sentir y pensar de Mitre, de Adolfo Mitre (1960)



« “Gobernar es poblar” era la consigna de los discípulos de Juan Bautista Alberdi, pero los más se inclinaban por “la inmigración dirigida”, que aportaba no sólo brazos, sino también capitales. La otra, integrada en su mayor parte por hombres sin otra riqueza que su pujanza y su fe, era objeto de suspicacias, provocadas también por la escoria de la misma, que permanecía adherida a las adyacencias del puerto o introducía en la ciudad castiza una modalidad exótica en la jerga enrevesada, por desear ser “criolla” y llegar a serlo; en la agitación callejera, en al cual agitaba el colorido del ropaje meridional entre la opacidad melancólica de la austeridad indumentaria jactanciosamente burguesa. Era en vano que entre los depositantes en el Banco de la Provincia en 1868, treinta fueron los italianos y sólo dieciocho los argentinos, contando éstos allí con veintisiete millones de pesos contra veinte de aquéllos y catorce propiedad de ingleses. Gobernaba Domingo Faustino Sarmiento, para quien el progreso ­–vago término que a la sazón escribíase con enfática mayúscula-, venía casi exclusivamente del Norte, fuera Estados Unidos, fueran las naciones europeas de sangre sajona. A “los otros” inmigrantes se les atribuía hasta la difusión de epidemias, como la fiebre amarilla, en 1870. Es precisamente el año en que el senador Benjamín Villafañe, presenta el proyecto de hacer llegar al país, previo el pago de setenticinco pesos fuertes para ayudar al costo del pasaje, un grupo de inmigrantes germanos seleccionados por una compañía a la cual se concedían cuatrocientas leguas en el Chaco; es también el año en que Mitre defiende en cuatro discursos, en otras tantas sesiones, a la vituperada “inmigración espontánea”.
Esos discursos, publicados en fascículo en 1870 y que abarcan desde la página 97 a la 149 del segundo tomo de sus “Arengas”, en la edición definitiva de la Biblioteca de “La Nación”, dejan sentada la posición argentina frente a la “inmigración artificial”, es decir la que responde a convenios oficiales y que ofrece cuando menos el peligro de crear en un país de aluvión concentrados núcleos extranjeros que no se adapten a la tierra de adopción y prolonguen modalidades racionales, excluyentemente “propias”. Son discursos-ensayos, densos en doctrina y a la vez ricos en testimonios acerca de las ventajas de la libre afluencia de extranjeros por sobre la contratación de éstos por medio de convenios en los cuales las empresas basadas en lógicas especulaciones de lucro llevan el mayor provecho.
Estudia en ellos Mitre antecedentes de Estados Unidos y Australia, para ensalzar a la “inmigración espontánea” a la cual califica de “gravitación de voluntades e intereses en nuestro bien” y “fuerza nativa que concurre a nuestro progreso…”¿Quiénes representan a esa “fuerza” incorporada a la del país, a esa “gravitación” de efectos futuros incalculables hasta por no responder a las determinaciones demográficas regidas por cláusulas en principio imprescriptibles? En el censo de 1869, planeado en su presidencia, pero postergado por efecto de la guerra del Paraguay, establécese en 211.993 el número de extranjeros residentes en el país, de los cuales 4.997 son alemanes; 5.860 suizos; 10.709 ingleses; 32.383 franceses y 34.080 españoles. A todos ellos superan los italianos. Ya son 71.442! A éstos, se dirige principalmente, por lo tanto, la defensa del antiguo “commilitone” de Garibaldi.
De ahí que en su último discurso, en la “arenga” tendiente a influir con una inducción un poco sentimental a la extensa exposición de lo teórico y lo práctico, les dedique este definitorio elogio, esta definitiva alabanza:

“Quiénes son los que han fecundado las diez leguas de terrenos cultivadas que ciñen a Buenos Aires? ¿A quiénes debemos estas verdes cinturas que rodean todas nuestras ciudades a lo largo del litoral, y aún esos mismos oasis de trigo, de maíz, de papas y arbolados que rompen la monotonía de la pampa inculta? A los cultivadores italianos de la Lombardía y del Piamonte, y aún de Nápoles, que son los más hábiles y laboriosos agricultores de Europa. Sin ellos no tendríamos legumbres, ni conoceríamos siquiera cebollas, como el campesino de Virgilio, porque estaríamos respecto de horticultura en las condiciones de los pueblos más atrasados de la tierra. ¿A quién se debe el fomento de nuestra marina de cabotaje y la facilidad y la baratura de los transportes fluviales? ¿Cuáles son los marineros que tripulan los mil buques que enarbolan en sus mástiles la bandera argentina y hasta los tripulantes de nuestros buques de guerra? Son los italianos descendientes de los antiguos ligurios, los compatriotas del descubridor del Nuevo Mundo…”
“Extraña esta exclusión cuanto de los ochenta mil italianos que pueblan nuestro suelo sólo una mitad se han fijado en Buenos Aires, hallándose diseminado el resto en las diversas ciudades del litoral, y en varias partes de la campaña, donde han constituído su hogar enlazándose con las familias del país por la similitud de religión, de lengua y aún de clima. Gualeguaychú, Concepción del Uruguay, Corrientes, Paraná, deben su crecimiento a la inmigración espontánea de Italia y la población de Rosario, de Santa Fe se compone por mitad de barqueros italianos enriquecidos, que han levantado barrios enteros en las márgenes de los ríos solitarios que pueblan con sus pequeñas naves de comercio. Pero no es esto todo lo que tengo que decir respecto de la influencia benéfica de la inmigración espontánea de esa parte del Mediodía de Europa. El veinte por ciento de los depósitos del Banco de Buenos Aires corresponde a los inmigrantes italianos que nos dan este ejemplo del capital acumulado por el ahorro, y giran a sus parientes lejanos para trasladarlos a su nueva patria por un valor que no baja de medio millón de pesos fuertes, según se ha demostrado en un notable escrito sobre la inmigración italiana publicado recientemente en Génova…”.
“El hombre enérgico que emigra por su libre y espontánea voluntad, que elige su nueva patria por un acto deliberado, que viene con sus brazos libres, con su capital propio, puede ejercitar su libertad de acción en campo más vasto, con más medios y mejor resultado que el que obedeciendo a impulsión extraña, viene atado a un contrato, sin contar con más recursos que los que la munificencia del gobierno le otorga, o el interés de la especulación le anticipa. Ese hombre libre, encontrando fácil la adquisición de la tierra, empleará una parte de su peculio en hacerse propietario, y será agricultor por conveniencia, y a su vez será un centro de atracción para los parientes y amigos de la patria lejana. Y si no tiene capital, si pide su sustento al salario, economizará y será propietario más tarde, ya individualmente, ya sea produciendo por afinidades la creación de colonias espontáneas, hijas del trabajo libre, para las cuales la tierra será madre y no madrastra… Dejemos que los grandes destinos de la inmigración se cumplan por las leyes que los rigen y les dan aliento de la vida…”»




Adolfo Mitre, Italia en el sentir y pensar de Mitre. Buenos Aires: Asociación Dante Alighieri, 1960.

En las fotografías:
Bartolomé Mitre en su casa.
Bartolomé Mitre, Julio A. Roca y otras autoridades en la inauguración del monumento a Garibaldi, 19 de junio de 1904. Foto del Museo Mitre.

domingo, 18 de diciembre de 2016

L'Argentina e l'emigrazione italiana, de Dionisio Petriella (después de 1950)



                     Quelli che tornano


«Questi cenni sull’Argentina spiegano per se stessi come la gran Repubblica Sudamericana sia considerata una terra particularmente adatta per ricevere l’emigrazione italiana e come il popolo della penisola abbia salutato con viva gioia il riaprirsi della corrente emigratoria verso il Rio de la Plata. Pure sono numerosi gli emigranti che tornano in Patria dopo pochi mesi, delle volte pochi giorni, scontenti e delusi. Quali ne sono le cause? Sono esse sufficienti a sconsigliare radicalmente l’emigrazione? Sono suscettibili di correzioni? Cercherò di rispondere brevemente.
Ma cominciamo dal ricordare queste cause: Esse consistono principalmente nelle difficoltà per risolvere il problema dell’abitazione; nel continuo aumento del costo della vita; nelle difficoltà per aiutare i familiari in Italia e poi in un insieme di cause che per il momento io chiamerò “inidoneità dell’emigrante”.
[...]
Abbiamo esaminato alcune cause negative per la nostra emigrazione in Argentina, però tra coloro che ne tornano scontenti, e sono parecchi, ben pochi si riferiscono a queste cause. La maggior parte parla del clima, l’aria, l’acqua, il carattere della gente ed altre circostanze tanto vaghe come inconsistenti.
Allora perché torna questa gente che partí con tante speranze, con tante illusioni? Precisamente per un eccesso di illusioni alla partenza. Se rimontiamo un pò indietro nel tempo e risaliamo agli inizi dell’attuale ripresa emigratoria in Argentina, troveremo che questa fu dominata per lungo tempo da due elementi: uno di repulsione per l’Italia, dovuto al fresco ricordo della terribile guerra, il timore di una prossima, il disagio per le convulsioni sociali sempre più violente, ed uno di attrazione per l’Argentina, considerata come un nuovo eldorado. Ci fu una vera corsa all’emigrazione e che successe? Che non partirono i più adatti alla nuova vita transoceanica ma i più capaci di entrare nelle liste dei partenti, circostanze non solamente non coincidenti, ma frequentemente discordante perchè l’uomo di lavoro non è il più propenso alle trafile burocratiche. Sotto l’etichetta di agricoltore, muratore, meccanico, ebanista, sono arrivati in America molti avvocati, professori o altri intellettuali, il che è stato poco male ma il guaio è che sono arrivati anche molti fannulloni, senza mestieri, attaccabrighe. Questa gente finisce col tornare indietro, ma dopo aver fatto un danno irreparabile all’Italia. Io chiedo spesso lavoro per operai italiani che mi vengono raccomandati da amici della Penisola; ma invariabilmente mi sento domandare: italiani di prima o d’adesso? Se rispondo italiani di prima, cioè arrivati in Argentina nell’anteguerra, va tutto bene; ma se rispondo italiano recién llegado (arrivato da poco), cominciano le riserve e i cavilli. Come sempre, insomma, pagano i buoni per i cattivi.
In conclusione conviene o non conviene emigrare in Argentina? In termini generali io considero ancora che una sana corrente emigratoria sia benefica per l’Italia, per l’Argentina, e per gli individui che emigrano. Che s’intende per corrente emigratoria sana? Quella di chi ha buone probabilità di trovarsi bene in America! E questa una determinazione che solamente l’interessato può fare perchè solo lui conosce le sue circostanze personali. D’accordo con quello che ho detto finora, in generale si può dire che sono circostanze favorevoli: la qualità di agricoltore o operaio tecnico, l’età giovanile, l’intenzione di risiedere stabilmente in Argentina, l’assenza di familiari da mantenere in Italia, l’assenza di ideologie estremiste e poi le comuni qualità di successo nella vita: buona salute, amore al lavoro, forza di volontà, carattere pacifico, ecc.
Chi possiede in buona misura queste qualità s’imbarchi pure tranquillo, e porti con sè le sue speranze, perchè di speranze è fatta la vita, ma sia moderato in esse. L’Argentina ormai è entrata decisamente nel novero delle grandi nazioni moderne, nelle quali la vita finisce con l’avere dovunque caratteristiche analoghe. Ma la scarsa densità demografica in relazione alla potenzialità delle risorse del suo territorio, i suoi sani principi istituzionali, la formazione etnica e il costume della sua popolazione, fanno ancor oggi dell’Argentina il paese ideale per l’emigrante italiano.»


Dionisio Petriella, L’Argentina e l’emigrazione italiana. Con prefazione di Vittorio Emanuele Orlando. Buenos Aires: Asociación Dante Alighieri, 1950-1951 (?)


Ha pasado la nostalgia, de Gastón Gori (1950)



«En el artículo “La nostalgia en América” que Sarmiento publicó el 24 de enero de 1881 en El Nacional, para esclarecer la falsa posición de los inmigrantes que se consideraban, con orgullo combativo, extranjeros, exaltando la superioridad de los países de Europa de donde procedían, concluyó por decir que “el patriotismo por recuerdo, es simplemente una enfermedad que se llama nostalgia”. Reducía así el origen de tantos conflictos que planteaban en América y principalmente en Argentina, a un sentimiento de añoranza, que desviaba la justa apreciación de nuestra realidad y de la misión que debían cumplir los que llegaban para establecerse en nuestro territorio, cuyo destino, en definitiva, era asimilarse a la nación y robustecerla participando tanto en las tareas del campo, de las industrias, etc., como en la aspiración de mejorar o afianzar las instituciones organizadas según nuestro régimen constitucional. Si la nostalgia en las ciudades influía para que se agruparan los extranjeros en las que se llamaran colonias –de los españoles, italianos, etc. – no era menos profunda en los inmigrantes desparramados en el territorio, ya formaran colonias agrícolas o se mantuvieran individuos aislados en campos o pueblos. Y cuando penetraban en zonas inhospitalarias como las del Chaco, la nostalgia fué calificada por Peyret de tremenda.
Sentimiento tan general pudo caracterizar una época pues millones de hombres vivían en el país con el recuerdo de una tierra lejana y aferrados al deseo de hacerla amar por sus hijos ya exaltándola en la vida doméstica, prohijando una instrucción primaria distinta de la argentina o pretendiendo hacer que primara la condición de extranjeros, como privilegio, en todos sus conflictos. Decía Sarmiento “La nostalgia, que es la enfermedad de la patria ausente, va producir desórdenes por patriotismo mal satisfecho, y acaso la insolencia que trae consigo la soberbia, cuando mejoramos grandemente de condiciones y queremos enseñorearnos de los demás. La nostalgia se cura con el tiempo”, y concluía: “aguardemos a que pase la nostalgia”.
Y la curó el tiempo. Ha pasado la nostalgia. Aquellos millones de extranjeros que mientras araban nuestra tierra, engrandecían las industrias, comerciaban, etc., hacían de su nacionalidad de origen un derecho irrenunciable como si en ello les fuera el honor, cumplieron el ciclo inevitable: trabajaron, vivieron, y al entregar sus cuerpos al seno de la tierra, dejaron descendencia argentina en posesión de sus bienes e incorporada a la vida del país en todos sus órdenes. La nostalgia murió con ellos. En toda la dimensión de nuestra patria, –si se me permite la imagen– comparándola con una amplísima nube sutil, fué descendiendo absorbida por el suelo, y dejó despejada la clara ruta de la nación marchando hacia el destino que le señala su historia, sus tradiciones, sus ideales y el conjunto de posibilidades presentes, sin más conflictos internos que los que se plantean en todo país vigoroso y vigilante de su actualidad y de su futuro.
Porque ha pasado la nostalgia de inmigrantes por millones, podemos ahora estudiar a ese hombre europeo que nos llegara atraído en cumplimiento del programa de 1853. El panorama es amplio, frondosa la documentación y llena de dificultades la tarea, por la particularidad del tema, por hallarse en muchos archivos oficiales o particulares los papeles y sin una bibliografía numerosa orientada en ese aspecto. Quizá sea indispensable la preocupación de muchos para que se cuente con veinte o treinta libros, escritos desde todas las provincias argentinas que ofrezcan elementos para fundamentar un estudio de carácter general, de síntesis, que aclare o permita una definición del argentino actual, distinto de aquel que cantara Hernández pero que, no obstante, conserva su raíz.»


Gastón Gori, La pasado la nostalgia. Santa Fe: Librería y Editorial Colmegna, 1950.


sábado, 17 de diciembre de 2016

Colonización. Estudio histórico y social de la colonia Humboldt, de Gastón Gori (1948)




«La pampa desolada era problema agudo, por eso, en la Constitución, expresamente se estableció: “fomentar la inmigración” y ese sólo precepto nacido de una imperiosa necesidad, encarnó las aspiraciones de la política de oposición al antiguo régimen; y los hombres del 53 y los que les siguieron en el desarrollo económico del país, concentraron en el problema tanta atención, que en un momento dado, no se hablaba de otra cosa que no fuera de abrir las puertas a los inmigrantes para que uniesen sus esfuerzos en el común trabajo de crear nuestra economía agraria como fundamento principal de la vida del estado, ese entonces. Nunca se dice de manera preponderante: “fundar pueblos”, sino crear colonias, arar la tierra. Porque ese era el camino, de tal manera, no nacerían como fin primordial nuevos pueblos en la llanura, sino colonias de gente que se dedicaría a la agricultura, sobreentendiéndose que la convivencia y el comercio harían lo demás. Pero se comete hasta ahora un error cuando se dice por ejemplo: fundación de Esperanza, fundación de Humboldt refiriéndose a la población donde actualmente se asientan esa ciudad y este pueblo. Y el error estriba en no seguir la visión histórica del pensamiento que les dio origen. Porque históricamente no existe una fundación de la ciudad de Esperanza, ni existe una fundación del pueblo Humboldt.
El pensamiento y el programa realizado es inverso y debe considerarse siempre en primer término el establecimiento de la colonia agrícola porque eso es lo que se hizo: fundar colonias, es decir, delinear grandes cantidades de tierras donde trabajaran colonos. La colonia, y el campesino eran lo fundamental y se comprende bien esto cuando se recuerda que al fomentarse la inmigración, se quería por sobre todo, desarrollar la agricultura, hacer que se trabajaran los campos, que se dominara el desierto. Ese era el pensamiento que regía a los gobernantes cuando daban tierras en concesión y ese debió ser siempre el de los que delineaban en la pampa establecimientos agrícolas. Porque nótese que cuando se crea una población en la frontera avanzada, antes de 1853, es siempre una guarnición militar que está rodeada del desierto improductivo. Así se creaban ciudades en la antigüedad romana y así las fundaron los españoles en Sud América después de plantar el rollo simbólico; así también se fundaron en nuestra provincia el fuerte de Melincué, San José de la Esquina, etc., que eran poblaciones de defensa contra los indios y que nunca araron ni levantaron verdaderas cosechas. Pero esa agrupación en el desierto no era lo que vendría después. Ya no interesaba crear una guarnición, ni un poblado similar a los antiguos, sino poner en movimiento los recursos naturales, dar la tierra en grandes extensiones para que fuera cultivada y luchar contra el desierto a golpe de reja, a filo de guadaña.
Para eso se facilitó la concertación de contratos sobre tierras con Brougnez en Corrientes, con Castellanos y Beck-Herzog, etc., en Santa Fe. De manera que ellos fundarían colonias en las que estaba cifrada la fuerza de una nueva fe civil: la prosperidad del Estado levantada por el hombre de campo. Con este panorama general, podremos comprender mejor que Humboldt es antes que nada, para nuestra historia, una colonia cuyos orígenes buscaremos en documentos inéditos; y como pueblo, la agrupación de casas en el centro, con iglesisas, comisaría, escuelas, correos, vecinos, etc., es una resultante del trabajo en el campo y de la necesidad de comerciar y tener un centro próximo a todos los ranchos donde vivían los agricultores, para poder concurrir a los oficios divinos, a las aulas escolares, a demandar justicia y a comerciar, y más tarde, a vivir disfrutando algunos del enriquecimiento proporcionado por el trabajo.»



Gastón Gori. Colonización. Estudio histórico y social de la colonia Humboldt. Santa Fe: Librería Colmegna, 1948.

Fotografías:
Segadora atadora en trabajo (Colonia Humboldt). Autor: Ernesto Helmuth Schlie (1888).
Gaston Gori.

viernes, 16 de diciembre de 2016

La pampa gringa, de Fernando Birri (1963)



“La Pampa gringa” de Fernando Birri (Argentina, 1963).

Productora: Instituto de Cine de la Universidad Nacional del Litoral.
Distribuidora: Laboratorio de Poéticas Cinematográficas de Fernando Birri.
Guión: Fernando Birri.
Fotografía: Adelqui Camusso.
Edición: Antonio Ripoll, Gerardo Rinaldi.
Música: Virtú Maragno.
Sonido: Mario Fezia.
Productor Ejecutivo: Edgardo Pallero.

El alma del suburbio, de Evaristo Carriego (1908)



             El alma del suburbio

El gringo musicante ya desafina
en la suave habanera provocadora,
cuando se anuncia a voces, desde la esquina
“el boletín –famoso– de última hora”.

Entre la algarabía del conventillo
esquivando empujones pasa ligero,
pues trae noticias, uno que otro chiquillo
divulgando las nuevas del pregonero.

En medio de la rueda de los marchantes,
el heraldo gangoso vende sus hojas…
donde sangran los sueltos espeluznantes
de las acostumbradas crónicas rojas.

Las comadres del barrio, juntas, comentan
y hacen filosofía sobre el destino…
mientras los testarudos hombres intentan
defender al amante que fue asesino.

La cantina desborda de parroquianos,
y como las trucadas van a empezarse,
la mugrienta baraja cruje en las manos
que dejaron las copas que han de jugarse.

Contestando a las muchas insinuaciones
de los del grupo, el héroe del homicidio
de que fueron culpables las elecciones,
narra sus aventuras en el presidio.

En la calle, la buena gente derrocha
sus guarangos decires más lisonjeros,
porque al compás de un tango, que es “La Morocha”
lucen ágiles cortes dos orilleros.

La tísica de enfrente, que salió al ruido,
tiene toda la dulce melancolía
de aquel verso olvidado, pero querido,
que un payador galante le cantó un día.

La mujer del obrero, sucia y cansada,
remendando la ropa de su muchacho,
piensa, como otras veces, desconsolada,
que tal vez el marido vendrá borracho.

…Suenan las diez. No se oye ni un solo grito;
se apagaron las velas en las bohardillas,
y el barrio entero duerme como un bendito
sin negras opresiones de pesadillas.

Devuelven las oscuras calles desiertas
el taconeo tardo de los paseantes;
y dan la sinfonía de las alertas
en su ronda obligada los vigilantes.

Bohemios de rebeldes crías sarnosas,
ladran algunos perros sus serenatas,
que escuchan, tranquilas y desdeñosas,
desde su inaccesible balcón las gatas.

Soñoliento, con cara de taciturno,
cruzando lentamente los arrabales,
allá va el gringo…. ¡pobre Chopin nocturno
de las costureritas sentimentales!

¡Allá va el gringo! ¡Como bestia paciente
que uncida a un viejo carro de la Harmonia
arrastrase en silencio, pesadamente,
el alma del suburbio, ruda y sombría!

      


Misas herejes de Evaristo Carriego. Buenos Aires, 1908.


miércoles, 30 de noviembre de 2016

El criollo falsificado (El porteñito), de Ángel Villoldo (1906)





Él:
Soy hijo de Buenos Aires
E me llaman el criollito,
El más pierna e compadrito
Per cantar e per bailar.
De las chinas un querido
Todas me brindan amores,
Soy el que entre los mejores
Siempre se hace respetar.

Ella:
Este tipo extravagante
Que viene a largar el rollo,
Echándosela de criollo
Y no sabe compadrear.
Es un gringo chacarero
De afuera recién llegado
Un criollo falsificado
Que la viene aquí a contar.

Él:
Soy tremendo para el baile
Se me voy donde hay .......
E agarrando la guitarra
La “melunga” sé cantar.

Ella:
No arrugués que no hay quién planche
Afeitate, volvé luego,
Que te ha conocido el juego
Gringo, podés espiantar.

Él:
No te hagás la compadrona
La paciencia se me acaba,
Te va´ a comé una trompada
Se me llego yo a enojar.

Ella:
Arrimate che italiano
Y haceme una atropellada.

Él:
Te la doy.

Ella:
Pura parada
Si ni el agua vos cortás.

Él:
Fijate qué firulete, qué parada
No hay ninguno que me pueda guadañar.

Juntos:
Porque somos para el tango
Los más piernas,
Y sabemos hacernos respetar.





Letra y música: Ángel Villoldo  (Ángel Gregorio Villoldo Arroyo).

Intérpretes: Alfredo Gobbi y Flora Rodríguez de Gobbi.

En la foto: el bailarín Ovidio José Bianquet, conocido como El Cachafaz.


sábado, 26 de noviembre de 2016

Lontani ricordi della Repubblica Argentina, Grisante Borgondo (1950)




«All’Eccelentis. Generale
DON JUAN DOMINGO PERON
Presidente della Repubblica Argentina
L’augurio, che possa realizzare i
Suoi alti ideale, per un avvenire
Sempre migliore della Sua Nazione

ARGENTINOS, ITALO-ARGENTINOS,
Agradecemos muy mucho a Ustedes, puès quisieron onornanos de presencia para oir esta mi pobre palabra: pido à Ustedes disculpa, si en mi poca preparación por cierto no podrè cabla de la Republica Argentina como merece. Aseguro, que mi corazón aùn después de tantos anos todavía es lleno de sentimientos de amòr hacia esa grande tierra.

EVIVA ARGENTINA

SIGNORE, SIGNORI,

ho creduto mio dovere prima di ogni cosa ringraziare la collettività argentina per averci onorato di presenza ed ho chiesto venia, se nelle mie poche possibilità, no potrò parlare di quel grande paese, come si conviene.
Non è senza grande commozione che inizio la mia lettura, poichè il mio attaccamento verso l’Argentina è così vivo, sebbene sia quasi trascorso mezzo sezolo, d’avermi prima pensoso ed ora quasi tremante di non poter assolvere il mio impegno, di non poter porgere a Voi questi miei ricordi secondo i miei intendimenti.
Era ed è ancora oggi risaputo da tutti, che chiunque abbandoni la propria patria, per tentare l’avventura nelle lontane Americhe, ha già prefisso nella sua mente la speranza di trovare al suolo pesos, dollari, reis, a seconda della nazione in cui sbarca. Forte di quella speranza non appena giunto colà, cerca, avidamente; fu, Vi assicuro, una amara delusione. Non solo, ma ai primi giorni mi capitò una disaventura, che poteva avere gravi conseguenze per me. Una mattina salii sopra una tramvia per recarmi alla parte periferica di Buenos Aires, mi accostai al fattorino per corrispondere l’importo del biglietto e quegli mi disse: “Tiene, Uste, que bajarse, Senor”. Feci un rapido esame mentale per poter capire quello che mi avesse detto; bacarse, bacato. Allora ero giovane alquanto vigoroso non certamente bacato. Alla replica del fattorino compresi più dal gesto, che dalla parola la necessità di scendere dalla vettura. Ne conobbi in seguito la ragione; in quel tempo sulle vetture tramviarie potevano rimanere solo persone sedute. Alquanto confuso raggiunsi l’uscita, spiccai un salto, ma con la persona rivolta in senso contrario al movimento della tramvia, che aveva già ripresa la sua corsa, toccai il suolo e caddi riverso, restando alquanto tramortito.
Buenos Aires è divisa in due parti da due lunghe vie: l’Avenida de 25 Mayio e la calle Rivadavia, questa del nome del primo presidente della Repubblica Argentina. Si diceva allora, che un toscano, nell’attraversare questa via, leggesse rivada via ed esclamasse: “Sicuro che me ne vado via”. Anch’io dopo la mia disavventura pensai di fare altrettanto.

Il principio di una vita nuova in un paese straniero è sempre difficile, irto di difficoltà, pieno di incognite. Chi si avventura deve sopportare con forza disagi, avversità, durezza del vivere, difficoltà della parola, l’ansia di guadagnare un pezzo di pane, anche, se questo costa poco. Aggiungete il fattore morale, il pensiero costante della famiglia, il ricordo del paese dove siete nati, dove avete vissuto la prima parte della vostra vita, certamente la migliore, e non avrete che una pallida idea delle inaudite sofferenze dell’umile emigrato. Solamente chi ha provato può darsi ragione, notare questi sentimenti che deprimo il morale, che agiscono sui centri nervosi, inibendo la corrente che sostenta lo spirito. Sovente l’emigrato non potendo sopportare le avversità ritorna in patria o si abbandona agli eventi spesso funesti.

[...]


SIGNORE, SIGNORI,
se qualcuno di voi dovesse per avventura recarsi nelle Americhe, sia più provveduto di me, non creda di trovare denari al suolo, giudichi queste dicerie nel suo valore simbolico. E’ solamente dal duro, diuturno sacrificio del lavoro e, nella Repubblica Argentina, dalla coltivazione della terra, che nascono benefici sicuri.

L’Argentina è un paese di grande avvenire, d’immigrazione e di colonizzazione per eccellenza; è la nazione che meglio risponde al noi latini per il clima, per l’affinità di vivere: ragioni tutte, che rendono meno penosa la nostalgia della Patria lontana.

 Per il bene dell’umanità tutta è desiderabile che si avveri il detto della prima parte della canzone nazionale argentina:

Oid, Mortales, el grito sagrado
Libertad, Libertad, Libertad.

Udite, o mortali il grido sacro “Libertà”).

Auguriamoci che le nubi, adensatesi sull’orizzonte europeo abbiano a diradarsi, scomparire completamente, e dar luogo all’azzurro del cielo: azzurro di cui fa parte la nostra bandiera bresciana e quella più grande della Repubblica Argentina, azzurro, che vuol significare tranquillità, pace, lavoro.

E’ dovere di ogni straniero residente in quella terra ospitale opporre, accanto alla propria bandiera, quella nazionale argentina, in occasione di manifestazioni: esprimo forte l’augurio, che le nostre due bandiere possano sempre camminare unite per un avvenire migliore delle due Nazioni, madre l’una di cose grandi nei tempi, figlia onorevole, benedetta, l’altra.

EVVIVA L’ARGENTINA»

Grisante Borgondo. Lontani ricordi della Repubblica Argentina. Brescia, 26 gennaio 1950. Auspici “La famija Piemönteisa” ed il Circolo Argentino di Brescia.

Más información: Testimonianza storica di un piemontese in America


jueves, 24 de noviembre de 2016

L'argentina vista come è, Luigi Barzini (1902)





«L’addio
(Dal Corriere della Sera del 19 novembre 1901)


Da bordo del Venezuela, 12 ottobre.

Chi può udire senza commozione profonda il grido che si leva da una nave carica d’emigranti, nel momento della partenza, quel grido al quale risponde la motitudine assiepata sulle banchine, urlo disperato di mille voci rauche di pianto? Gridano addio! E par che gridino aiuto!...
L’addio! Non c’è cosa più amara e più dolorosa. Tutta l’umana sofferenza può essere espressa in questa parola: addio! In fondo ad ogni nostro dolore possiamo trovare sempre un addio: a qualche cosa o qualcheduno.
Io non dimenticherò mai la triste partenza di questo vapore che mi trasporta al di là dell’Atlantico; forse perchè anche io, partendo, mi sento un po’ compagno agli emigranti che sono a bordo. E anche perchè nella noia e nella sidillusione dei viaggi vi sono due grandi emozioni, due sole, alle quali nessuno può sottrarsi: la partenza e il ritorno.
Quando si ode a bordo l’avvertimento: “Chi non è passeggiero, a terra!” comincia un momento di strazio. Pare che soltanto allora chi parte abbia nettamente il sentimento dell’irreparabile. Si direbbe che vi fosse in ogni anima questo pensiero: potrei ancora non partire! Ciò dava coraggio.
“Chi non è passeggiero, a terra!” –ripetono delle voci indifferenti di marinai. Scoppiano i pianti fra la povera folla accampata sui ponti; si annodano abbracci lunghi, violenti, disperati; le facce lacrimanti si reclinano sulle spalle scosse dai singhiozzi; delle parole interrotte e affannose s’intrecciano: Ricorda!... Scrivi!... Torna, torna!...
“A terra! A terra!” – ammoniscono crudelmente i marinai: e cominica per la passerella la dolorosa processione di chi rimane. Non sono molti. L’amaro conforto dei saluti non è per tutti. È una folla varia che si dispone lungo la banchina, con le pallide facce attente alla nave, aspettando.
Vi è qualche cosa di funebre in questa attesa. Infatti la partenza di un emigrante per un lontano paese ha un po’ della morte. Egli muore alla sua vita consueta. Muore per i suoi, muore per il suo paese, sparisce verso l’ignoto. Egli forse pensa vagamente ad un ritorno, è vero; la sua morte ha una speranza di risurrezione. Ma nel momento del distacco il turbine del dolore disperde ogni sogno. Egli ha l’occhio perduto e il viso desolato di chi si trova di fornte all’abisso insondabile di un’altra vita. Questa morte è peggiore della vera, dell’ultima, in ciò: che qui vi è la desolazione di chi parte aggiunta alla desolazione di chi rimane. Questi due dolori di fronte, dalla riva alla nave, si nutrono l’uno dell’altro fino alla disperazione.
Le anime legate d’affetto sono come specchi che si mandino le immagini: ciò che vi passa dentro si riflette centuplicato all’infinito.
Tutti tacciono perchè tutti sentono che parlare sarebbe piangere. Solo qualche voce mormora ogni tanto: coraggio! E dei singhiozzi rispondono. Un emigrante arriva in ritardo, correndo, seguìto da una donna. Hanno il volto acceso dalla corsa e tutto bagnato di lacrime. Sul limite dell’imbarcadero si abbracciano strettamente, senza una parola, mentre i faccini pronti a ritirare la passerella gridano: Presto! Poi l’uomo si svincola e si slancia a bordo, come fuggendo. Lo segue lo sguardo desolato della donna che rimane immobile, stordita. Nessuno bada a questa scena; il dolore rende egoisti, cioè crudeli; i dolori degli altri sono spesso di conforto ai proprî.

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Nel silenzio si odono i comandi dall’alto della plancia: i fischi dei segnali trillano degli ordini. Da tutto intorno viene intenso il tuono della vita, il palpito della città indifferente. I tams elettrici fuggono rombando lungo la via di circonvallazione e suonano allegremente le loro campanelle. Il frastuono d’un treno in partenza si spegne nel tunnel che va a sboccare nella luminosa San Pier d’Arena. un mondo di gente passa lontano senza fermarsi, senza volgersi, inconsapevole dei mille drammi che ì a due passi hanno nella partenza imminente un unico epilogo. Dalle colline scende il vento fresco e porta gli ultimi profumi della terra. I giardini non sono mai stati così verdi e belli, così crudelmente allettevoli. Il colossale Nettuno della villa Doria, guarda dal folto degli alberi con profondo disdegno il suo regno antico, il mare; pare che dica: Qui, qui si sta bene! Genova tutta sorride al sole...
I preparativi fervono. Le grandi braccia lente delle gru hanno posto nella stiva aperta le ultime casse. Erano bagagli d’emigranti, poveri bauli di legno grezzo, cesti, vecchi cofani borchiati di ferro che gemevano sotto la stretta delle funi. la passerella viene ritirata. Nulla è più fra la terra e la nave. Si ode un comando. Gli argani di prua si mettono a girare con frastuono: l’àncora sale, esce lentamente dal mare bagnata e scintillante. Gli ormeggi si allentano. Sotto alla poppa l’acqua comincia a ribollire, si forma un vortice da cui la spuma fugge in tumulto spandendosi lontano: l’elica è in moto.
Gli emigranti si accalcano ai parapetti, si arrampicano agli attacchi delle sartie, lottano per un posto, pallidi, silenziosi, risoluti.
Il piroscafo si sposta: lentamente scorre lungo la banchina. La folla muta lo segue passo passo facendo dei segni d’addio. Qualche fazzoletto sale agli occhi, ma per poco; non c’è tempo di piangere, su vuol vedere, vedere fino all’ultimo, vedere fino che è possibile: i momenti sono preziosi. Gli occhi non si distolgono un istante dalla nave; occhi rassegnati e dolenti, nei quali con l’espressione della sofferenza vi è tanta dolcezza d’implorazione. Chi soffre rassegnato ha lo sguardo del vinto che domanda pietà, ed emana da lui tutta la poesia della sconfitta. Una povera donna solleva sulla testa un bambino che saluta con tutte e due le manine, ridendo.
Ad un tratto il vortice di spuma diventa tempestoso, l’elica comincia a pulsare rapidamente facendo vibrare la nave tutta. La terra si scosta, Allora delle voci si levano, dei pianti mal contenuti scoppiano. Poi, improvvisamente, dai fianchi del piroscafo si sferra il grido disperato che stringe il cuore, l’urlo che quasi non sembra più umano: Addio! E mille braccia si tendono verso la terra e si agitano quasi nell’inane sforzo d’un ultimo amplesso.

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Addio! risponde la folla già confusa sullo scalo. Sopra di essa biancheggiano i fazzoletti agitati, e ogni fazzoletto è riconosciuto da bordo come se fosse un volto, è seguìto fissamente, avidamente. Quel puntino bianco che sfarfalleggia sulle teste ripete ancora una volta tutto quel mondo di cose inesprimibili che le anime sanno dirsi quando il pianto rende muta la bocca.
Ogni cosa sparisce lontano; gli uffici doganali e i docks del ponte Federico Guglielmo non sembrano più che casette biancheggianti al sole. Si passa vicino ad una nave-scuola, dalla quale arrivano le allegre battute d’una marcia militare; dei ragazzi in uniforme marinaresca si affacciano al parapetto agitando i berretti. Il nostro piroscafo silenzioso si allontana scivolando sull’acqua calma e serena. Sopra un carboniere, dei marinai in catena eseguiscono una manovra, e il loro canto lietamente si spande nella quiete del porto. Si gira il Molo Vecchio, dietro al quale spunta la foresta delle alberature veliere, un intreccio folto di sartie, di scale e di pennoni che spicca sull’azzurro immacolato del cielo; il mare scherza in mille modi sugli scogli interno alla lanterna. Allegri squilli di tromba vengono da due navi da guerra ancorate al Modo Lucedio; dei canti lontani pare che si chiamino. I gabbiani si rincorrono a fior d’acqua gridando, come per giuoco. Girando il Molo Giano per uscire dal porto, Genova intera si apre allo sguardo, vigilata dai forti, incantevole. Vi è per tutto una gioiosa aria di festa!
Poco a poco ogni cosa fugge all’orizzonte e si annebbia. La faccia della Patria impallidisce lontano, ma lungamente ancora corrono su di lei fervide le ultime carezze della sguardo nostro....»


Luigi Barzini, L’Argentina vista come è. Milano, Tipografia del Corriere della sera, 1902.